¿Por qué no decirlo?
Una Criatura Adorable
Hace
unos días tuve la oportunidad de asistir a una ceremonia de graduación de una
prestigiada universidad del Estado de Hidalgo. Como es típico de la cultura
mexicana, antes del evento se realizó una misa en la iglesia de San Francisco,
ubicada en el centro de la ciudad de Pachuca. Los vestidos largos y trajes
relucientes desfilaban en la parte delantera del nicho eclesiástico. De igual
manera los padres y familiares, amigos, maestros y conocidos se abrían paso
frente a las imágenes de santos y vírgenes que de alguna manera eran
opacándolos por las vestimentas y joyas de gala. El recato y los buenos modales
predominaban, y para ser honesto, me sentía totalmente fuera de lugar. Los
sitios religiosos nunca han sido lo mío, sin embargo, como buen amigo y primo
que soy, tuve que estar ahí presente apoyando a una persona muy especial para
mí. La misa ocurría de lo más normal y ordinaria: las indispensables
persignaciones y rezos, padres nuestros,
Aves Marías, versículos, sermones etc., nada podría estar mal. De pronto a
mitad de dicho ritual católico, se oyen unos tacones que entran. Un gran número
de miradas voltean hacía la nueva visitante. Más tarde aquellas miradas
curiosas, se transforman en gestos y finalmente en murmullos. ¿Qué había
desconcertado tanto a los feligreses? Ella, una rubia artificial, despampanante
y regordeta, caminaba sin pena en el centro de la iglesia. Era evidente que
buscaba a alguien. Su humilde indumentaria: un vestido de lentejuelas plateado
a la altura de la media pierna con un escote prominente de campeonato.
Zapatillas combinadas con el color del vestido, tan altas como si su dueña
estuviera desesperada por alcanzar el cielo. Un bolso también plateado y una
estola de piel de zorro siberiano sintética alrededor del cuello. Ella sí que
sabía llamar la atención, seguía en su búsqueda. Tal vez era la madre de uno de
los graduados, tal vez la tía, o la amiga, o posiblemente entre los murmullos
de los presentes alguno muy probablemente sugirió el adjetivo de amante para
aquella señorita. A un lado de donde me encuentro alcanzo escuchar la pregunta:
¿Será hombre o mujer? Los murmullos continúan. Las personas que están junto a
ella le sonríen, pero su gesto de amabilidad reflejaba más incomodidad y
sobresalto. Al encontrar a su amigo perdido empezó a reír y hacer señas de que
había llegado y tan discreta como ella misma caminó hasta la primera butaca de
invitados y se dispuso a rezar con devoción como todos los demás. Posiblemente
con mucho más ánimo, ya que la mayoría de los feligreses estaban ocupados
murmurando. El padre de la iglesia hablaba de la autenticidad, de la hipocresía
y de ser como uno desea ser. Los murmullos no paraban, risitas fugaces se
hacían escuchar. Un momento de incomodidad pura y de la llamada “pena ajena” me
hizo sonrojar. Sinceramente pensé que cómo aquella criatura se atrevió a
asistir vestida así a un lugar como ese. Dónde estaba su sentido común, su
cordura, qué afán por llamar la atención y lucirse, pero entre rezos,
murmullos, miradas y sermones mi razón fue iluminada celestialmente. De todos
los feligreses pareciera que ella era la única haciendo lo que realmente tenía
que hacer: rezar, escuchar, y estar feliz por el logro de su pariente, amigo o
lo que fuera. Por qué sentirse incomodo, porqué sentido común ¿solamente por
una mera apariencia? ¿Acaso una rubia exuberante con tacones altos y
lentejuelas no puede tener fe y asistir a un nicho religioso? ¿Por qué está
mal? ¿No es moral? ¿Qué es moral? ¿Ser autentico? ¿Ella es auténtica? Todas
estas y un mar de preguntas se vinieron a mi cabeza en ese momento. Pero de
pronto, una risita apareció en mi boca, un sentimiento de regocijo y
satisfacción invadió mi mente. Estaba feliz por verla ahí, no tenía precio ver
la incomodidad de la mayoría de las personas, incluso del cura. Era fascinante
e interesante al mismo tiempo. Se hablada de autenticidad e hipocresía, pero de
todo el montón de personas ahí presentes pensé, y aseguré, que Ella era la más
auténtica y sincera de todas. Pedro Almodóvar dice en una de sus películas:
“Una es más auténtica, cuando se parece más a lo que uno quiere ser” y es
precisamente eso, tal vez el color de su cabello no era natural, o su zorro
siberiano jamás estuvo vivo, pero podría asegurar que ella era feliz siendo
así, siendo Ella, siendo como realmente quería ser. Muchas personas reprobaron
su descaro de aparecerse así a ese lugar, pero yo aplaudí su valor y honestidad
para atreverse a hacerlo. La valentía en estos días escasea como el dinero, así
que vale oro. La duda del sexo nunca la pude resolver, ¿A quién le importaba?
Ella, era ella, una rubia despampanante con vestido de lentejuelas y tacones
altos; para muchos, una ridícula e indecente, para mí, y en palabras de mi
escritor favorito Turman Capote, era una criatura adorable.
Paco
Arteaga
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