martes, 21 de agosto de 2012

Una Criatura Adorable


¿Por qué no decirlo?

Una Criatura Adorable

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a una ceremonia de graduación de una prestigiada universidad del Estado de Hidalgo. Como es típico de la cultura mexicana, antes del evento se realizó una misa en la iglesia de San Francisco, ubicada en el centro de la ciudad de Pachuca. Los vestidos largos y trajes relucientes desfilaban en la parte delantera del nicho eclesiástico. De igual manera los padres y familiares, amigos, maestros y conocidos se abrían paso frente a las imágenes de santos y vírgenes que de alguna manera eran opacándolos por las vestimentas y joyas de gala. El recato y los buenos modales predominaban, y para ser honesto, me sentía totalmente fuera de lugar. Los sitios religiosos nunca han sido lo mío, sin embargo, como buen amigo y primo que soy, tuve que estar ahí presente apoyando a una persona muy especial para mí. La misa ocurría de lo más normal y ordinaria: las indispensables persignaciones  y rezos, padres nuestros, Aves Marías, versículos, sermones etc., nada podría estar mal. De pronto a mitad de dicho ritual católico, se oyen unos tacones que entran. Un gran número de miradas voltean hacía la nueva visitante. Más tarde aquellas miradas curiosas, se transforman en gestos y finalmente en murmullos. ¿Qué había desconcertado tanto a los feligreses? Ella, una rubia artificial, despampanante y regordeta, caminaba sin pena en el centro de la iglesia. Era evidente que buscaba a alguien. Su humilde indumentaria: un vestido de lentejuelas plateado a la altura de la media pierna con un escote prominente de campeonato. Zapatillas combinadas con el color del vestido, tan altas como si su dueña estuviera desesperada por alcanzar el cielo. Un bolso también plateado y una estola de piel de zorro siberiano sintética alrededor del cuello. Ella sí que sabía llamar la atención, seguía en su búsqueda. Tal vez era la madre de uno de los graduados, tal vez la tía, o la amiga, o posiblemente entre los murmullos de los presentes alguno muy probablemente sugirió el adjetivo de amante para aquella señorita. A un lado de donde me encuentro alcanzo escuchar la pregunta: ¿Será hombre o mujer? Los murmullos continúan. Las personas que están junto a ella le sonríen, pero su gesto de amabilidad reflejaba más incomodidad y sobresalto. Al encontrar a su amigo perdido empezó a reír y hacer señas de que había llegado y tan discreta como ella misma caminó hasta la primera butaca de invitados y se dispuso a rezar con devoción como todos los demás. Posiblemente con mucho más ánimo, ya que la mayoría de los feligreses estaban ocupados murmurando. El padre de la iglesia hablaba de la autenticidad, de la hipocresía y de ser como uno desea ser. Los murmullos no paraban, risitas fugaces se hacían escuchar. Un momento de incomodidad pura y de la llamada “pena ajena” me hizo sonrojar. Sinceramente pensé que cómo aquella criatura se atrevió a asistir vestida así a un lugar como ese. Dónde estaba su sentido común, su cordura, qué afán por llamar la atención y lucirse, pero entre rezos, murmullos, miradas y sermones mi razón fue iluminada celestialmente. De todos los feligreses pareciera que ella era la única haciendo lo que realmente tenía que hacer: rezar, escuchar, y estar feliz por el logro de su pariente, amigo o lo que fuera. Por qué sentirse incomodo, porqué sentido común ¿solamente por una mera apariencia? ¿Acaso una rubia exuberante con tacones altos y lentejuelas no puede tener fe y asistir a un nicho religioso? ¿Por qué está mal? ¿No es moral? ¿Qué es moral? ¿Ser autentico? ¿Ella es auténtica? Todas estas y un mar de preguntas se vinieron a mi cabeza en ese momento. Pero de pronto, una risita apareció en mi boca, un sentimiento de regocijo y satisfacción invadió mi mente. Estaba feliz por verla ahí, no tenía precio ver la incomodidad de la mayoría de las personas, incluso del cura. Era fascinante e interesante al mismo tiempo. Se hablada de autenticidad e hipocresía, pero de todo el montón de personas ahí presentes pensé, y aseguré, que Ella era la más auténtica y sincera de todas. Pedro Almodóvar dice en una de sus películas: “Una es más auténtica, cuando se parece más a lo que uno quiere ser” y es precisamente eso, tal vez el color de su cabello no era natural, o su zorro siberiano jamás estuvo vivo, pero podría asegurar que ella era feliz siendo así, siendo Ella, siendo como realmente quería ser. Muchas personas reprobaron su descaro de aparecerse así a ese lugar, pero yo aplaudí su valor y honestidad para atreverse a hacerlo. La valentía en estos días escasea como el dinero, así que vale oro. La duda del sexo nunca la pude resolver, ¿A quién le importaba? Ella, era ella, una rubia despampanante con vestido de lentejuelas y tacones altos; para muchos, una ridícula e indecente, para mí, y en palabras de mi escritor favorito Turman Capote, era una criatura adorable.                
Paco Arteaga

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